Empezando esta aventura

EMPEZANDO ESTA AVENTURA

Por fin aquí está la sorpresita que os venía anunciando estos días.

Espero que este espacio llegue a ser un lugar de encuentro interactivo; ese libro de visitas; el diario de bitácora en el que también vosotros reflejéis libremente vuestras impresiones y emociones, y así nos enriquezcamos todos.

¡Ojalá que os guste! Irene

viernes, 11 de mayo de 2012

¡¡¡Recogida de Príncipes organizada!!!


¡Hola! Sois la caña chicas.

Ya está todo organizado. Salvo el miércoles, que seguramente pueda ir yo, los va a recoger su papá, de lo cual me alegro muchísimo.

Gracias Alberto y gracias mamis!


Un beso
Irene

P.D. Perdonad los que no tenéis que ver nada con esto

Desde el frente de batalla


Querido Ejército Aliado:

La Reina ha estado bastante ocupada últimamente con el Mando Mayor y por eso no ha podido comunicarse.

Me temo que este parte va a ser largo y aunque trataré de mantener mi sentido del humor habitual, os advierto que puede haber asuntos de Estado serios. Es un aviso a navegantes para los que prefiráis leerlo en otro momento.

Empiezo por el parte de guerra:

Como os contaba en el último informe, el General, para poder redefinir la estrategia me mandó a todos sus aviones de reconocimiento, paracaidistas y espías.  Tenemos nuevas imágenes y resultados de laboratorio, un nuevo diagnóstico y una nueva estrategia.

El diagnóstico es que tengo un tumor en el pecho izquierdo que responde a una anatomía patológica de cáncer de mama sensible a los estrógenos, bastante resitente a la quimioterapia y agresivo. Este no había aparecido hasta ahora y cuando lo ha hecho ha sido de forma rápida. Adicionalmente tengo partes de la piel de la axila y la espalda afectadas. La situación no es desesperada porque no está extendido a otros órganos o glándulas del cuerpo, y porque en cambio me ha desaparecido de los ganglios axilares. Estas dos últimas informaciones son importantes y muy buenas. Estoy en uno de esos casos que los militares llaman atípicos, lo cual, hace esta guerra más difícil, porque todas las estrategias probadas hasta ahora en otras guerras, puede ser que funcionen, o que no.

La nueva estrategia por tanto sí es un poco desesperada y casi la única, ya que la operación en este momento sería posible pero demasiado "mutilante". Se ha probado muy pocas veces en cáncer de mama, aunque sí mucho en otro tipo de cánceres, como el de útero o colon. Consiste en combinación de radioterapia con quimioterapia. No quiero daros aquí muchos detalles, por no extenderme.

La quimioterapia es todas las mañanas de los jueves (hoy ha sido la primera) sesiones de muchas horas, unas cinco. Durante dos meses. Efectos secundarios: posibles vómitos y posible afectación de los riñones. Ambas cosas están hipercontroladas para poder suspender el tratamiento en caso necesario o para paliar malestares. Así que no me preocupan. Tengo que beber mucho eso sí. De hecho ahora mismo estoy estupenda. Me dio una bajada de azúcar durante la sesión, cosa que arreglamos rápido con seis huesitos, un donut de chocolate y un zumo de tetra brick. Comí como una campeona un gazpachito, un entrecotte y piña, merendé unos nísperos y cené un bocata de salchichas con un botellín. ¿Explicará eso los tres kilos entre ayer y hoy? Eso sí, con pocas ganas de cocinar y las alteraciones de sueño típicas que ya conocéis por el efecto de los antihistamínicos y corticoides: siestón por la tarde y luego con los ojos como platos a las tres de la mañana.

La radioterapia: entre 25 a 30 sesiones diarias de 10 minutos. Aún no saben si me la podrán dar, porque se tienen que asegurar absolutamente de que no van a tocar el corazón y los pulmones. Sí, entramos en la fase de las bombas atómicas. Efectos secundarios: cansancio y quemaduras cutáneas. No me voy a volver radiactiva, puedo estar con los niños. Posible problema: mala cicatrización en cirugías; porque habrá cirugía en otra fase posterior. Empezaré en torno al día 21 de mayo.


En vista de todo esto, he hecho recuento de fuerzas propias y ajenas.

Físicamente: como equilibradamente pero con lo que me pide el cuerpo en cada momento, no necesito hacer ninguna dieta especial, es más, sería contraproducente para mi estado mental, ya que no tengo la constancia para seguirlas y, hasta ahora, sí la suerte de mantener el peso y los análisis bien. Bebo muchos líquidos: agua y zumo sobre todo, pero el consumo responsable de cerveza y vino no están contraindicados en absoluto. Duermo muchísimo: por las mañanas hasta bastante tarde y luego siestecitas vespertinas. La piel: miles de cremas y nada de tomar el sol. Pelo: Creciendo, ya voy sin peluca algunos días. Deporte: paso, no me sienta muy bien. Viajes: de momento no. Masajes tampoco. Y hasta aquí os voy a contar de cuidados y actividades físicas.

Espiritualmente: además de la moral que me aporta el Ejército Aliado, del que os hablaré más adelante, he incorporado a filas a María Domenech. Terapeuta, sanergista y un montón de cosas más. Hemos empezado por llevar a cabo unas sesiones de reiki que me hacen sentir muy bien. Obviamente, esto es un complemento a la estrategia del General, quien lo ha visto con muy buenos ojos pues es de la opinión de escuchar siempre al paciente y generar en él una actitud positiva y un estado de ánimo equilibrado. Tampoco me quiero extender con esto, pero de manera muy burda, el reiki es una técnica que consiste en una recolocación de las energías vitales y produce, entre otras cosas: aumento de defensas, liberación de malos rollos emocionales y preparación del cuerpo para un estado físico y mental de equilibrio y conciencia. No os extrañéis si a partir de ahora me percibís más metafísica de lo que ya es habitual en mí, que entre la cena de hadas del otro día y esto ¡en cualquier momento cambio de dimensión!

Laboralmente: Por suerte o por desgracia, voy a seguir de baja un tiempo. Había valorado la posibilidad de reincorporarme, pero en vista de la nueva estrategia, no va a ser ni posible ni aconsejable.


El Gran Ejército Aliado: Desde el Zar de Rusia hasta mi queridísimo batallón en Ecuador, mi soldado vigía en Agentina, las fuerzas de apoyo en Londres y Nueva York, las conexiones hispano-belgas, hispano-holandesas, hispano-brasileñas, hispano-italianas, hispano-suecas, mi Capitana del flanco oriental y el Comandante del flanco occidental, mis incansables exploradores y exploradoras que se reportan desde cualquier parte del mundo, y por supuesto el gran ejército en España: el Cuerpo Especial de Hadas, Reinas y Divinas y los Escuadrones de tierra, mar y aire; todos valientes y algunos de ellos, además, orgullosos de ser españoles. Nunca entenderé por qué hice esto de mandar los partes de guerra a un grupo de amigos tan extenso, pero estoy encantada de haberlo hecho. Sois alimento para mi alma y fuerza para la guerra.

Los Príncipes: Están estupendamente, creciendo y preparándose para ser Reyes, y no es percepción mía, sino de todos los que de un modo u otro tratáis con ellos.

Y por último, la sección de peticiones y misiones pendientes de adjudicar (pediré con mucho cuidado, que la última vez que hice algo parecido...¡se organizó una Cena de Hadas impresionante!):

- No os molestéis si no contesto a todos los correos o llamadas. Me encantaría poder hacerlo, pero Movistar ha decidido no darme cobertura dentro de casa y además ¡duermo mucho y no me da tiempo!

- Quiero evitar en lo posible hablar una y otra vez de los tratamientos, las estrategias y demás. Espero que este parte esté bastante informado y claro. No obstante, entiendo que los que sois médicos queráis más detalles. Os los daré con gusto si os apetece.

- La semana que viene necesito que alguna integrante del Cuerpo de Hadas de Boadilla me recoja a los Príncipes por la tarde en el cole y me los deje en palacio, que estará el servicio para recibirlos.

- Más adelante, si la radio me cansara mucho, igual necesito que alguno de vosotros se lleve a los enanos durante el fin de semana. Informaré en el momento oportuno.

- Las sesiones de quimio de los jueves por la mañana van a ser eternas. Agradeceré voluntarios o voluntarias que se ofrezcan a hacerme compañía algún rato.

- Nui, por fa, consígueme el listado de precios de LAN, me estoy quedando sin vino en casa.

- Cuñadito, esa visita guiada a la fábrica de Mahou...igual tenemos que aplazarla. Lo mismo que la visita al Prado que me prometiste, Chumilla.

- Julia, no me mates si el viernes no aparezco por la fiesta. Nada me gustaría más que estar con vosotros ese día, pero ya sabéis, al tran-tran.

- Begoña, mañana te paso el pedido de las cremas y las droooooogas.


A cambio, ¿qué os puedo ofrecer? Ahora poquito tiempo y menos aún cosas materiales.

¡Me tenéis a mí!


Aunque no sea muy propio de una Reina en el frente a su Ejército Aliado, os mando un beso muy, muy fuerte.

Irene

lunes, 7 de mayo de 2012

Emulando a Auster


Acabo de terminar de leer el Diario de invierno de Paul Auster. Es el primer libro que consigo acabar en meses. En mi mesilla de noche se amontonan exactamente treinta publicaciones. Poesía, novela, psicología, ensayo. Algunas de ellas las leí hace tiempo y me gusta tenerlas cerca, por lo que me resisto a subirlas a la biblioteca de la buhardilla. Son libros a los que vuelvo de vez en cuando para releer algunos pasajes al azar. Pero la mayoría de los que se acumulan son ejemplares que he comprado bien por impulso bien porque me los ha recomendado alguien y que una vez empezados no consiguen engancharme, porque simplemente no sintonizan con mi estado de ánimo o porque, seamos sinceros, no me gusta cómo están escritos.

Tuve una época hace un año en que leía bastante a Jorge Bucay. Desde el camino de la autodependencia hasta el camino de la espiritualidad, su estilo divertido y a la vez claro, me ayudó a entender mejor mi propio camino en esta vida. Bucay me descubrió a su vez a Osho, y esa es la razón por la que reposan unos junto a otros diversos libros de filosofía oriental como El libro tibetano de la vida y la muerte y El vagabundo de Gibran Khalil Gibran. Por contraponer un poco de ciencia de divulgación a tanta filosofía, apoyados junto a la pared, descansan el inmenso volumen de El viaje a las emociones de Eduardo Punset y El cerebro masculino, escrito por una neuróloga americana. También hay dos o tres libros en francés, para no perder la práctica con el idioma, y varios de poesía española contemporánea: Luis Alberto de Cuenca, García Montero, Gil de Biedma, Antonio de Villena.

Hace un año o algo más se marcó el comienzo de una nueva época en mi vida. El encuentro inesperado con mi espiritualidad. Dicen que todo está dentro de uno mismo y yo siempre he tenido un mundo interior muy rico, sin embargo, tuvo que ser una experiencia que en mi percepción fue externa, la que hiciera que ese mundo interior sufriera un vuelco para avanzar un paso más. No era algo que yo anduviera buscando y sin embargo, en aquella madrugada de febrero, en la que mi tristeza no podía ser mayor, se abrió la puerta de mi espíritu, sentí que me iluminaba, que me desaparecían todos los apegos y que me invadía la paz y la alegría.

Pero no es de esto sobre lo que quería escribir hoy, sino de libros, de historias que te marcan, de palabras encadenadas con tal maestría que te hacen olvidar quién eres.

Recuerdo el día que compré aquel ejemplar de El vagabundo. Tendría catorce años y estábamos en medio de uno de aquellos veranos eternos de cuando éramos estudiantes. Tres meses de inactividad intelectual que acababan haciéndoseme muy largos. Devoraba los libros que había en mi habitación, los del bibliobús y empezaba a hacer incursiones en la biblioteca de mi hermano. Pero aquella tarde de verano, no recuerdo si sola o acompañada, andaba dando vueltas por el Jumbo. Este era uno de los primeros hipermercados que se habían abierto en Madrid. Aquello era un nuevo concepto de tienda: una gran superficie, con aparcamiento subterráneo, línea de treinta cajas y carros enormes con asiento de bebés para que los fueras llenando con todos los productos que encontrabas en las interminables hileras de pasillos, incluidas aquellas cajas con doce litros de leche en Tetra-brick. Pero la novedad era que en la misma tienda se integraban alimentación envasada, productos frescos, droguería, artículos de decoración, ropa y calzado, juguetes…y libros. Así que seguramente mientras mi madre se perdía por aquellos largos pasillos en los que había tal cantidad de marcas de galletas

que su elección se hacía un reto, yo me quedaba zascandileando por la sección de libros. No solían ser ediciones cuidadas, sino de bolsillo. Ni siquiera los tenían expuestos en estanterías. Recuerdo aquellas mesas-cajón en las que se mezclaban, todos a cinco o diez duros, El lazarillo de Tormes, con los Cuentos de los hermanos Grimm, con un libro de recetas de cocina. Allí fue donde nos encontramos. Me llamó la atención el título: El vagabundo, seguramente porque me identificaba con él, ya que siempre me he sentido un poco vagabunda en esta vida. Después me hizo gracia el nombre del autor, porque era capicúa. Tal era mi indolencia que me dejaba llevar por la sonoridad de los nombres y cosas así. La portada en tapas blandas tenía una ilustración, nunca supe qué representaba, en colores amarillo, rojo y azul. Espantosa. Lo abrí y entre aquellas páginas de papel de baja calidad, medio anaranjado, en unas letras de imprenta de esas que son medio borrosas, leí uno de los primeros cuentos, y decidí comprarlo.

Siempre he sido así de impulsiva a la hora de comprar libros. Igual voy con una idea, pero ojeando por la librería, un título, un nombre o una reseña llaman mi atención y no dudo en llevármelo. Muchas veces me he equivocado, pero otras, como con El vagabundo, he descubierto pequeñas joyas. Por un impulso también descubrí a Juan Bonilla o más recientemente a Eudora Welty.

La mayoría de mis libros se quedaron en la casa donde vivía antes de divorciarme y cuando la vendimos, encontraron acomodo en la biblioteca del nuevo salón de mi ex. Algunos de esos libros (pocos) no me gustaron, o los dejé a medias, y otros que adoré, sin embargo no volvería a leerlos. Pero a pesar de ello, no puedo evitar una punzada de rabia cada vez que voy allí y los veo convertidos en objeto de decoración. Porque para mí son páginas y páginas de palabra tras palabra, historias que alguien inventó y que llenaron horas y horas de mi vida, sumergida en otras vidas. Así que son una parte de mí que se ha quedado ahí, en una casa desconocida de alguien que cada vez me resulta más ajeno.

Es cierto que nunca me ha negado que me lleve lo que quiera, y también es cierto que alguna vez, a hurtadillas, mientras esperaba a que los niños bajasen a verme, me he guardado en el bolso algún libro que de repente he descubierto y que me decía ¡llévame contigo!

La conclusión es que en esta casa tengo pocos libros, pero casi todos me gustan, porque me voy trayendo poco a poco “los imprescindibes”. Así, y quitando a muchos clásicos, que se los dejo a los niños en casa de su padre, están conmigo Platón y sus Diálogos, Neruda, Machado y García Montero, Amélie Nothomb y Lucía Etxebarría, Rilke, Kafka, Pérez-Reverte, Cela y Vasco Pratolini, Saramago, Pamuk, Antonio Tabucchi y por supuesto mi adorado Auster.

A todos ellos los admiro. Al que no es por sus historias inolvidables, será por la sonoridad de sus palabras o por el ritmo de sus versos o por la credibilidad de sus personajes. Sinceramente, me gustaría escribir la mitad de la mitad de bien que cualquiera de ellos.

“En cierto momento, algo empezó a abrirse en tu interior, te encontraste cayendo por la fisura entre el mundo y la palabra, el abismo que separa la existencia humana de nuestra capacidad para entender o expresar la verdad de la vida”. “El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal, y aunque las palabras tienen significado, pueden a veces tener significado, es en la música de las palabras donde arrancan los significados” (Auster. Diario de invierno 2012)

A él las palabras dice que le vienen andando. A mí conduciendo. Cuando voy sola en el coche, sin música, silencio total para oír las palabras que van apareciendo en mi cabeza. A menudo diálogos imaginados con personas que conozco, pero que en realidad no son ellas, sino quienes yo quiero que sean, diciendo las palabras que yo quiero oír. Imagino situaciones imposibles: a veces un intercambio romántico con alguien que en absoluto lo es, o una discusión con mi madre en la que le digo cosas que jamás me atrevería a decirle, o modifico y mejoro conversaciones reales, completándolas con frases más sonoras, más acabadas, más literarias.

El viaje diario entre Boadilla y el centro de Madrid es uno de esos momentos. A las nueve de la mañana, cuando voy a trabajar, suele haber mucho tráfico y el trayecto puede durar una hora. A veces pongo la radio, por saber si ha pasado algo grave en el mundo, pero a esa hora los noticieros son muy rápidos y empiezan las tertulias políticas que, no sólo me aburren soberanamente, sino que puedes estar sin oírlas un mes y cuando vuelves a escucharlas, parece que hubieras retomado la última, porque siempre hablan los mismos y de lo mismo: la crisis, el paro, la situación económica, la corrupción política. Entonces desconecto todo sonido para empezar a escucharme a mí misma. Y supongo que entro en ese abismo que menciona Auster en el que en un lado está mi existencia humana, la real, la Irene que conduce un coche, que va a trabajar, que tiene dos hijos y un cáncer, y en otro mi capacidad para entender o expresar la verdad de la vida, lo que escribo, lo que imagino, lo que interpreto y luego se transforma en palabras mejor o peor encadenadas, con más o menos música y por tanto, con mayor o menor significado.

El trayecto de vuelta suelo hacerlo a primera hora de la tarde. Tantas veces he hecho ese recorrido en los últimos trece años que el coche se sabe solo el camino y ahora que lo pienso, no me extraña que nunca sepa indicar a los amigos que vienen a casa el número de la salida de la M40 que tienen que coger. Creo que nunca me he fijado en ese detalle porque siempre voy pensando en mis historias.

Leer, imaginar, escribir; escribir, leer, imaginar; imaginar, leer, escribir. Toda combinación es posible, como posible es aún mi sueño adolescente de ser escritora.

Irene

7 de mayo de 2012