Empezando esta aventura

EMPEZANDO ESTA AVENTURA

Por fin aquí está la sorpresita que os venía anunciando estos días.

Espero que este espacio llegue a ser un lugar de encuentro interactivo; ese libro de visitas; el diario de bitácora en el que también vosotros reflejéis libremente vuestras impresiones y emociones, y así nos enriquezcamos todos.

¡Ojalá que os guste! Irene

jueves, 24 de octubre de 2013

Mirando al futuro

Querido Ejército Aliado:

Millones de gracias por vuestros mensajes de apoyo y cariño. Pensaba contestaros uno a uno, porque para cada uno de vosotros tengo sentimientos de gratitud y aprecio especiales, pero lo he reconsiderado, no fuera a ser que alguno pensase que era una carta de despedida o algo así. Os aseguro que nada más lejos de mis intenciones que dejar de luchar y perderme estar más tiempo aquí, entre vosotros... y como que me ibais a dejar :-)

Ya me conocéis, no me quedo mucho tiempo estancada en las situaciones. Ya he movido lo de los nuevos médicos. Os contaré algo la semana que viene, cuando les vea. Y ayer por la tarde pues ya hablé por teléfono con algunos de vosotros y lloré, me desahogué, reí y luego salí a ver el fútbol y a evadirme un rato.

Esta mañana, aunque cansada, ya estaba mejor. He tenido mi reunión semanal con Mario y con Míkel, para preparar el taller de coaching y desarrollo personal que damos este fin de semana. Ya os contaré más adelante sobre este proyecto, que me ilusiona sobremanera.

También tenía en el buzón otra sorpresita que me ha llenado de ilusión: el contrato de edición del nuevo cuento con Cuento de Luz. Título provisional: La danza del tiempo. Con unas ilustraciones que están quedando preciosísimas y muy artísticas, por Enrique Quevedo. Si todo va bien, es posible que salga antes del verano del año que viene.

Y ya que estamos literarios os paso el enlace al relato breve de esta semana para el Tintero virtual de NW y que ya he colgado en el nuevo blog. El tema sobre el que teníamos que escribir era "El premio" y esta vez quise hacer algo en un tono ligero. Espero no meterme en ningún lío por mencionar a algunas "celebrities". Thys, te lo dedico, a ti, a tu equipo y a nuestros momentos "YoDona".

http://andoentreletras.blogspot.com.es/2013/10/luigi-forever.html

Pronto os enviaré la continuación de Sin rumbo fijo. Esto es como las series de televisión, como veo que ha tenido aceptación, sigo publicando nuevos capítulos :-)

Muchos besos

Irene

miércoles, 23 de octubre de 2013

ME CUIDO Y ME CUIDÁIS

Muchas gracias a todos, por vuestra presencia y disposición discreta, comedida, de acompañamiento y a demanda. Bendita la hora en que os alistasteis en este ejército.

Estoy en contacto directo con Carmen, mi psicóloga, que me va a cuidar en aquello que a algunos médicos se les escapa. Con Raquel, una médico a la que se le escapan muy pocas cosas. Y con vosotros, que sois mi gran suministro afectivo.

Os quiero,
Irene

BATALLA PERDIDA

Querido Ejército Aliado:

Estos rebeldes lo son con ganas. Han encontrado la manera de burlarse de todos los tratamientos y siguen avanzando lentamente.

De momento permanecen recluidos en la mama izquierda y en la axila, pero son más que antes.

El General ha descartado más radioterapia (por la cirugía ya ni le he preguntado, porque se descartó hace tiempo) y me ha propuesto dos estrategias:

La primera, pasar a la siguiente quimio en el orden del protocolo. Una en pastillas que aún no he tomado.

La segunda, que es la que vamos a seguir, es buscar alianzas estratégicas con la Vall D'Hebrón y el Clara Campal, que son centros en los que hay más investigación y adentrarme en el mundo de los ensayos clínicos basados en estudios genéticos y bioquímicos personalizados. Son dos vías que ya abrí en julio y que ahora voy a retomar.

Por lo pronto, y en previsión de que entre en algún ensayo clínico, hemos decidido suprimir todos los tratamientos ya que, a parte de que no estaban funcionando, todo ensayo requiere que en las tres o cuatro semanas previas no se tome nada.

¿Cómo me encuentro? Emocionalmente aún en shock. Este era uno de los escenarios que preveía, pero el confirmarlo me ha dejado en un estado en el que aún no puedo expresar una emoción y nada más que estoy actuando de forma autómata con la ejecución de la nueva estrategia. Ya he escrito a Barcelona y ahora buscaré los teléfonos del Clara Campal.

Supongo que no tardaré mucho en llorar, darle puñetazos a los cojines y liarme a disparar con las pistolas Nerf de los niños, que alivia mucho. Y que después de eso, empezaré a buscarle los lados positivos a esta nueva situación.

Ni siquiera sé si quiero estar sola o acompañada. Sólo os informo y os pido que estéis en guardia por si os llamo pidiendo refuerzos.

Muchas gracias a todos por estar a mi lado.

Un beso muy fuerte,
Irene

martes, 22 de octubre de 2013

SIN RUMBO FIJO. CAPÍTULO III

Cuando salgo de la iglesia son las siete de la tarde y aún no tengo idea de dónde me voy a quedar a dormir. Voy a devolver la llave y de nuevo me quedo un rato hablando con Sor Teresa.

— ¿Cómo te ha ido?
— Bien, pero me he asustado mucho al bajar a la cripta, con las estatuas esas.
— Ya, se me ha olvidado advertírtelo y mira que hemos puesto esa reja con estrellas, para que a la gente no le impresione, pero ni con esas.

Me propone que cuando vuelva a Madrid me acerque a algún grupo de catequesis, porque cree que me puede ayudar mucho sentirme acompañada. Sé que lo dice pensando en mi bien y porque cree en ello, pero me pongo un poco a la defensiva con ese intento evangelizador. No sé, supongo que me gusta ir por libre, también en cuestiones de fe.

— ¿Has bebido del pozo?
— Sí. He pedido alegría.

Me sonríe. Hay ternura, compasión y calidez en su mirada.

No me apetece prolongar más ese momento. Estoy más relajada que cuando llegué, pero aún no he encontrado la ansiada serenidad. Compro unas pastas, le pregunto dónde me puedo alojar y nos despedimos, ella prometiéndome que todas las noches a las diez y media rezarían allí por mí y dándome el teléfono del convento, para que la llamase cuando quisiera.

Primer encuentro con alguien especial en ese fin de semana.

Me quita la idea de dormir en uno de los conventos y me sugiere que vaya a la casa rural o al hotel. La casa rural no la encuentro, en cambio el hotel “El Prado de las Merinas”, está bien indicado. ¡Qué gran acierto ir allí!

Es un edificio construido al estilo antiguo pero con toques de modernidad, como el restaurante acristalado de formas curvas. Está situado a las afueras del pueblo, en medio de una finca ajardinada y muy bien cuidada. Al buscar la puerta de entrada, paso por delante de las ventanas de un salón, con sillones y chimenea. ¡Qué acogedor! Ya me imagino yo allí con un libro o escribiendo algo mientras me tomó un té caliente.

En la recepción hay una mujer joven. 

— Hola, ¿tienen una habitación libre para dormir esta noche?
— Sí, ¿para ti sola? 
— Sí
— ¿Y sólo una noche?

Me sorprende otra vez que me tuteen. Debe de ser costumbre de esta zona. No tengo por qué darle ninguna explicación, pero me apetece hacerlo.

— Sí, la verdad es que iba de camino a San Sebastián y he parado aquí un poco de casualidad. Posiblemente mañana tire para el Norte.
— Vale, es para saber qué habitación te doy. Cuesta 51 euros con el desayuno, si quieres te la enseño.
— Sí, por favor.

La habitación es amplia, con una ventana que da al campo. El baño moderno y lleno de detallitos (¡¡genial la goma para el pelo!!)

— Muy bien, pues me quedo. ¿La cama tiene manta? ¿No tendré frío?
— Esta noche bajan bastante las temperaturas, pero tienes manta y si necesitas cualquier cosa, nos la pides. Si quieres te doy una habitación de las del otro lado, que puede que sean algo más cálidas.
— No, no hace falta, voy a estar bien.
De vuelta a la recepción le doy mi DNI y cuando le voy a dar la tarjeta de crédito, me dice que no hace falta. La gente por aquí te tutea y es muy confiada.
— Aprovechando que aún hay luz, ¿hay algún lugar por aquí cerca donde se pueda dar un paseo, que haya árboles, o río?
— Sí, aquí mismo, según sales del hotel hay un camino a la izquierda que va paralelo a un arroyo. Al principio está adoquinado, pero luego se mete entre campos de cultivo y es de tierra. 
— Perfecto, pues me voy ahora y ya luego saco la maleta y ceno aquí.

El camino es fácil, al principio discurre paralelo al arroyo, más tarde cruza un parque y ya justo antes de adentrarse en campo abierto bordea una alameda. Un sol débil va descendiendo ante mí, hace frío, pero la luz en la cara, el sonido de las hojas mecidas suavemente por la brisa y el fluir del arroyo, me hacen estar presente, en este lugar, en este momento. Vivo el aquí y el ahora con plena conciencia y siento que encuentro el estado de serenidad que necesitaba.

… continuará

viernes, 18 de octubre de 2013

19 de octubre, Día Mundial Contra el cáncer de mama

Querido Ejército Aliado

Esta mañana me han entrevistado en directo para el programa Las Mañanas de TVE1, con ocasión del día mundial contra el cáncer de mama, que se conmemora mañana, 19 de octubre.

Han mezclado imágenes que tenían mías de archivo con las de la entrevista.

Os paso el enlace por si queréis verla (del minuto 12 al 21, aprox.)

http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-manana/saber-vivir-18-10-13/2075787/

Sé que os prometí la continuación de "Sin rumbo fijo". Ya llegará, que estos días ando liada con la promoción de Mamá se va a la guerra.

Besos a todos,
Irene

lunes, 14 de octubre de 2013

SIN RUMBO FIJO. CAPÍTULO II

…. Salgo al vestíbulo e intento abrir el portón con la llave, pero no soy capaz de girarla. Al otro lado de la puerta oigo a la monja que llega y me pregunta si tengo algún problema con la llave.

— Sí, la estoy girando, pero no consigo abrir.
—Prueba a girarla hacia el otro lado.
— Nada… — le digo, mientras intento mover la llave con ambas manos.
—Espera, que entonces te abro yo desde dentro.

Me quedo estupefacta. Si me podía abrir ella desde dentro, ¿para qué me dio la llave?

— Quédatela, porque así luego cierras cuando te vayas. Mira, aquí ves el claustro. Y por esas escaleras a la derecha subes al museo. Esta otra puerta la voy a cerrar, es la que da acceso a la zona de clausura.

Me acompaña hasta el claustro, que es amplio, luminoso, con una segunda planta construida sobre el corredor. Está muy bien cuidado, el césped del centro recién segado, en una esquina un árbol que parece un frutal y en otra dos cipreses. De las ventanas del pasillo superior cuelgan jardineras con geranios. Está ya en sombra a excepción de una de las esquinas, cuyos muros reflejan la luz de un sol oblicuo. Perfectamente alineado con los puntos cardinales en cada esquina.

— Esta era la casa de los Guzmán. Aquí vivió Domingo. Te dejo sola.
— Gracias.
Antes de irse, vuelve hacia mí y me pregunta:
— ¿Cómo te llamas?
— Irene
— Irene, ¿puedo rezar por ti?
—Claro — le respondo con lágrimas en los ojos. 

Me sonríe y se va. La actitud de aquella mujer termina por franquear todas mis barreras. En la esquina soleada me apoyo sobre esos muros con siglos de historia y rompo a llorar desconsoladamente, vomitando mi pena. Intento ponerle una palabra que dé apellido a esta tristeza. Abandono, soledad existencial, la soledad del enfermo, que diría mi amigo Santi, la conciencia de que las personas van y vienen, caminan a ratos a tu lado, pero de que tu camino es solo tuyo. ¿Y por qué vivir esto con tristeza?

Recuerdo las palabras de María, mi maestra de reiki: La mayoría de los conventos y monasterios medievales están construidos sobre vórtices energéticos. Si tus pasos te llevan a uno de ellos es porque necesitas recargarte.

Camino hacia la otra esquina en la que están los cipreses, que de repente se me antojan como dos enormes antenas. Me pongo entre ambos, en posición de canalizar energía y respiro. Siento cómo a cada respiración, el aire que antes se me quedaba atrapado en el pecho va bajando un poco más hasta conseguir una respiración abdominal tranquila. La energía empieza a fluir, empezando por mis manos. Cuando llega a mi pecho izquierdo comienzo a sentir pinchazos, como pequeños calambres. Esto ya lo he experimentado antes con María. Sí, me estoy haciendo reiki.


Después de un rato vuelvo al sol. Esta vez más calmada, disfruto del calorcito en la cara.

Cuando salgo del claustro veo un enorme cartel con frases de Santo Domingo, sobre la humildad, la caridad y otras virtudes. Las leo para ver si alguna me dice algo especial. Me quedo con la última: «Os seré más útil después de mi muerte». Parece macabro, pero para mí conecta con el sentido de trascendencia.

Voy a ver el museo. Es una gran sala diáfana de unos cien metros de largo. El forjado  y las vigas de madera que lo sustentan están a la vista. Está en penumbra. La única luz que hay entra oblicua por una ventana ojival partida por un mainel, al fondo de la sala. Podría encender las luces, pero no quiero romper la magia de esos dos rayos de luz paralelos, que reflejados en diagonal por el suelo van a enfocar una caldera de cobre. No me resisto a sacar una foto.




En el museo, antiguos tapices, bargueños y santorales del siglo XII. Me trasporto a aquella época con facilidad y luego pienso que esta comunidad de monjas, sigue viva después de casi mil años. ¡Cuánta gente ha pasado por aquí, ha vivido y se ha muerto! ¿Y qué? El contacto con la historia antigua me hace relativizar el tiempo, la vida y la muerte.

Deambulo un rato más entre manuscritos y documentos que atestiguan las donaciones que los reyes y los nobles hicieron otrora al convento. Lástima que estén protegidos por un cristal, porque me hubiera gustado reconfortarme con el olor de la lignina oxidada. Carmen, mi querida Carmen, gracias a aquel artículo que trajiste a tu muro sobre el olor de los libros antiguos, puedo poner nombre a ese aroma tan particular.

No me entretengo más, ni siquiera vuelvo a entrar en el claustro. Tengo la sensación de que lo que tenía que hacer ahí ya está hecho.

Vuelvo al vestíbulo, llamo al timbre y enseguida me abre la misma monja.

— Muchas gracias. Le devuelvo la llave.
— Irene, soy Sor Teresa, la maestra de novicias. Si quieres contarme lo que te pasa, te escucho con el corazón abierto. Desprendes muchísima tristeza.
— ¿Tanto se me nota?
— Sí, mucho.

Le cuento un poco mi vida, mis circunstancias y ella me cuenta la suya, cómo llegó a hacerse monja a los veintiséis años, después de un intento de matrimonio fracasado. Me habla del amor de Dios, que se manifiesta en las dificultades.

— ¿Y me dices que tu cáncer está más o menos estable desde hace dos años?
— Sí, a veces avanza y a veces retrocede, pero de momento no sale de ahí.
— Es un mensaje de Dios.

No es la primera vez que me lo dicen.

— Eso creo yo, pero llevo dos años tratando de descifrarlo y no termino de conseguirlo.

Voy a empezar otra vez a llorar, así que la mujer saca otra llave gigante con una cadenita de la que cuelga una llave pequeña y moderna.

— Anda, vete a la iglesia que es la puerta de al lado. Entras con esta llave grande. En un lateral está la sacristía y al fondo, las escaleras que bajan a la cripta. Con esta llave pequeña accedes a ella. Hay un cuadro de luces, préndelas todas. Uno de los interruptores enciende el pozo. Verás un pequeño armarito. Dentro hay vasos. Bebe de esa agua y ten fe.

Salgo del convento y me parece que estoy viviendo una historia de ficción. Esta vez abro la puerta de la iglesia sin dificultad, a pesar de lo grande que es. Me impresiona entrar allí sola. ¡Qué confiada, la monja! Se cierra la puerta y cuando se para el eco, un silencio absorbente envuelve el aire. A media luz consigo ver el altar, un retablo y unos cuantos bancos. Es más sencilla y moderna de lo que me esperaba a juzgar por el aspecto exterior del edificio.

Bien, paso uno conseguido, ahora a buscar el pozo. La única puerta que hay me lleva a la sacristía y allí están, como me había dicho Sor Teresa, las escaleras de bajada. Justo antes de las escaleras, en la pared de la izquierda hay dos cofres de materiales preciosos y una especie de ventanita de cristal. Leo los carteles que hay encima: Don Félix de Guzmán y Don Antonio de Guzmán. ¡Dios mío, si son huesos humanos! ¡Jodeeer!

Cuando me repongo de la impresión, decido que voy a bajar al pozo de todos modos. La escalera gira a la izquierda y el paso está bloqueado por una reja de hierro con un candado. Bien, la llave pequeña… el candado se abre y la reja también. Continúo bajando por la escalera cada vez más oscura. Un golpe metálico me hace dar un respingo. ¡Coño, es la reja que ha chocado contra la pared! Intento relajarme. Me viene a la cabeza la bajada a otra cueva… pero esa es otra historia.

Al final de la escalera se abre una sala, apenas iluminada por un foco led de éstos de emergencia. Cuando voy a entrar… ¡hay alguien a mi izquierda! ¡Hostias, hostias, hostias, la puta monja! Busco a tientas algún interruptor. Se enciende una luz general y puedo ver que lo que hay a mi izquierda, detrás de una reja con estrellas, es una sepultura de mármol, con una escultura del muerto yaciente y custodiada por cuatro estatuas de cuatro monjes con capucha. ¡La madre que me parió! ¿Quién me manda a mí meterme en estas historias?
Busco el cuadro de luces para encender todo, no quiero más sorpresas. La cripta se va iluminando por partes a medida que subo los automáticos. Veo el pozo, que curiosamente es hiper-moderno, pero no sale agua. Pruebo con un automático que está separado a la derecha. Una de dos, o es el del pozo o es el general y me vuelvo a quedar a oscuras.

El sonido del agua me hace soltar un suspiro de alivio. Después de echar un vistazo general a la cripta, me siento en uno de los bancos corridos a recuperarme un poco. No estoy ahora en condiciones de pensar ningún deseo coherente. Sigo como en una película y me empieza a surgir en la cabeza algún relato de intriga. Me dejo llevar. Con el móvil le saco una foto a la llave de la iglesia. Si salgo de esta, verla me ayudará a recordar las sensaciones y a poner en papel el relato.



Después de ese momento creativo, vuelvo a la realidad. Estoy en una cripta, delante de un pozo milagroso y voy a beber y a pedir algún deseo. Me concentro. Obviamente pido salud y bebo un vasito de agua, pero siempre que pido este deseo, me surgen muchas dudas. ¿Pedir salud significa que el cáncer desaparezca? ¿Debería pedir eso más concretamente? En fin, confío en que Dios, Santo Domingo o quien quiera que se vaya a encargar de cumplir mi deseo, sepa interpretarlo correctamente. Entonces recuerdo cómo estaba en el claustro, hacía apenas una hora. Y cojo un segundo vaso. Esta vez pido: quiero vivir mi soledad existencial con alegría.

… continuará

SIN RUMBO FIJO

Viernes, 11 de octubre. Tres de la tarde en Madrid. Quiero estar sola, pero no en mi casa. Estoy triste, llevo varios días triste. Quiero ver el mar y también campos verdes. Nadie me espera, a nadie le debo cuentas. En el maletero del coche siempre llevo una bolsa con algo de ropa y un kit básico de supervivencia: cepillo de dientes, crema hidratante, medicinas y rímel. En el bolso el resto de lo necesario: algo de dinero, tarjetas de crédito, tabaco, un par de libros, un móvil con cámara de fotos, un cuaderno y lapiceros.

Salgo por la carretera de Burgos sin un destino fijo, tal vez San Sebastián, aunque es posible que me entretenga por el camino.

Conducir es para mí una de las mejores formas de meditar. Me voy dejando llevar por la música que sale de manera aleatoria desde el iPod. Poco a poco la mente se va vaciando de problemas cotidianos para llenarse de paisajes que tienen banda sonora original. La intuición ya dirige mis pasos.

A la altura de Aranda de Duero me viene a la mente el Monasterio de Silos. Meto la dirección en el navegador del coche. Confío plenamente en él para estas ocasiones en las que no hay prisa, siempre me lleva por carreteras secundarias, pueblos semi-abandonados y parajes insólitos. Y esta vez tampoco me falla.

Primera paradita en Villabilla de Gumiel, que tiene una ermita románica a la entrada del pueblo con unos bancos orientados a poniente. Son las cinco de la tarde, qué buen momento para un cigarrillo tomando un poco de este sol de otoño.



Continúo por la carreterucha, que atraviesa campos de trigo, pinares y algún viñedo en los que hay paisanos vendimiando. Me dan ganas de parar y ponerme con ellos, para recordar otros tiempos. Nota mental: “cuando vuelvas a casa añade al kit de supervivencia tu navaja, por si te da por vendimiar”.

Tras unas curvas, aparece ante mí Caleruega. Las señales rosas que indican que tiene varios monumentos románicos me invitan a pararme. Siguiendo la calle principal llego a una plaza en la que hay una iglesia, la Torre de Guzmán y dos conventos. Aparco y me meto en el primero de ellos.

— Buenas tardes.
— Buenas tardes  — me contesta el hombre tras la ventanilla.
— ¿Este edificio se puede visitar?
— Sí, pero es más bonito el convento de las monjas, porque este lo restauraron en el siglo XIX y se lo cargaron y el de ellas es del siglo XII.
— Ah… y ¿dónde está?
— Según sales, vas a la derecha y en la siguiente puerta. Te metes y verás una puerta a tu izquierda con un cartel que pone «pastas». Llamas al timbre y ahí te abren las monjas.
— Muchas gracias. 
— Espera, toma estos folletos con información sobre el pueblo.
— Gracias, muy amable.

Salgo del convento de los curas y me dirijo al de las monjas. Tengo una curiosidad tremenda por saber lo que me espera. Si he parado aquí será por algo. He salido de Madrid buscando paz, energía positiva, luz y he ido a parar en un convento en Caleruega. Por algo será.

Entro por la siguiente puerta en la calle y, efectivamente, en un vestíbulo hay un portón de madera enorme de frente y una puerta pequeña a la izquierda, sobre la que cuelga el citado cartel de «pastas». Ambas (¿o ambos?, dudo sobre la concordancia correcta) están cerradas, pero hay un timbre bajo el cual un mensajero de Seur ha dejado un aviso de intento de entrega fallido, por encontrarse ausente el destinatario. Llamo al timbre. Espero tres largos minutos y nadie contesta. Estoy dudando entre irme o llamar de nuevo, cuando un «meeeec» electrónico hace que la puerta de abra. Accedo a una pequeña sala con una ventana en la pared del fondo tras la cual aparece una monja, ni joven ni vieja, un poco regordeta, con gafas y cara de buenísima persona.

— Buenas tardes.
— Buenas tardes. Me han dicho en el convento de al lado que éste sí que merece la pena visitarlo. ¿Se puede ver?
— Sí, claro. Se puede visitar el claustro y el museo.
— Ah, el claustro… eso sería fantástico… he venido a…
— Buscar paz, ¿verdad?
— Sí… eso es exactamente lo que ando buscando.
— Pues te voy a dar la llave que abre la puerta de madera grande que hay ahí afuera. La abres y accedes al claustro y luego a la derecha hay unas escaleras que suben al museo.
Me tiende una llave antigua de hierro, que pesa por lo menos dos kilos. Es enorme. Me sorprende que me tutee. Mirándome fijamente a los ojos me dice:
— Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Luego cuando salgas me devuelves la llave y te doy la de la iglesia. Abajo hay una cripta y un pozo, en el lugar donde nació Santo Domingo. No sé qué te pasa, pero cuando bajes, bebe agua de ese pozo, porque se cumplen todos los deseos.

…. continuará