La primera noche le dijo a una estrella fugaz que pasara justamente por delante de la ventana que hay en el techo de mi dormitorio. Sería para recordarme lo afortunada que soy por poder dormirme cada día mirando el firmamento.
Otro día me indujo a abrir la típica caja de mudanza que se queda en el trastero por los siglos de los siglos.
–¿Te quito estas cajas de tu habitación? –Me dijo María, la amiga que estaba ayudándome en ese momento.
–Vale, pero pesan mucho. Parecen libros.
–¿Los vas a colocar ahora?
–No, aún no.
–Pues si quieres te las llevo a otra habitación, así, sin abrir, para que no estorben.
–¿No te importa si las abrimos? Me gustaría saber lo que hay dentro – le respondí, tras cierto titubeo.
–Para nada. Mira, en esta hay álbumes de fotos.
–¡Déjame coger este negro grande, a ver si hay fotos de Ecuador y te las enseño!
Cojo el álbum, que era de estos que había antes, con funditas de plástico para poner cinco o seis fotos por página. Pesaba un montón.
–Ay, no. Esto son fotografías de mis sobrinos cuando eran pequeños –le comento, mientras me distraigo de la realidad y viajo en el tiempo.
Pasaba páginas y páginas. María, yo creo que aburrida, iba abriendo otras cajas. De repente algo llamó mi atención. En uno de los bolsillitos del álbum, colocado como si fuera una foto más, había un sobre y dentro del sobre…una cantidad de dinero nada despreciable.
–¡María, mira!
–¡Halaaa! ¿No sabías que tenías esto aquí?
–Pues, la verdad, es que no me acordaba…
–Ja, ja, ja. Pues te va a venir muy bien ahora, que tendrás gastos extraordinarios con el cambio de casa.
–Soy un caso.
–Quizás deberíamos revisar bien todas las cajas.
Y es que es verdad, soy un caso. Pedí ayuda a mis amigas de Boadilla para los días del traslado. Organizaron un comando para ir pasando por la casa a diferentes horas, de modo que no estuviera sola. Unas, el lunes, otras, el martes y otras, doblete. Total, que el lunes 26, allí me veis en la casa antigua a las nueve de la mañana, tomando un café con Ana y esperando a los de la mudanza. A las diez, ya iba por el segundo café, esta vez con Patricia y sin noticias de ellos.
–¡Qué raro! Me parecieron muy formales.
–Deberías llamarles.
–Tienes razón.
–Buenos días, soy Irene Aparici y tengo contratada con ustedes una mudanza para hoy y mañana, pero sus compañeros no han llegado todavía.
–Un momento, por favor, que compruebo qué ha pasado.
–Sí, por favor, porque me insistieron que empezarían puntuales a las nueve.
–¿Sra. Aparici? Ha debido de haber un malentendido, porque nosotros tenemos su mudanza programada para mañana y pasado.
Os podéis imaginar la situación. Yo casi llorando y Patricia, tan animosa como siempre: Irene, no pasa nada, ahora mando un mensaje al grupo de wassap y nos reorganizamos rápidamente.
¿Cómo puedo estar tan despistada? Finalmente llegaron el martes a las nueve de la mañana “sharp”.
El cambio de casa no podría haber ido mejor. Todos los miedos y agobios que tenía, me los habéis ido espantando uno a uno. Miedo a no encontrar una casa que se ajustase a mis necesidades y posibilidades; miedo a que me ingresaran en el hospital, como en meses pasados; miedo a que a los niños no les gustase mi decisión; miedo a verme empantanada en la antigua casa, con muebles y trastos que no me valían; miedo a verme en la nueva, invadida por las cajas y el polvo; miedo a haber hecho mal las cuentas; miedo a un accidente durante la mudanza… Muchos me decís que soy valiente, pero ya veis que tengo un montón de miedos. A cambio, tengo la fortuna, inmensísima fortuna, de estar rodeada por personas que me quieren (me queréis) y que me ayudan a enfrentarlos. He dado algunos nombres propios por amenizar el relato, pero la lista es muy larga, lo sabéis.
Durante la mudanza hubo momentos en los que éramos casi veinte personas trabajando, entre amigas–las chicas– y operarios –los chicos. Fue una paliza, pero también hubo risas y ratitos de descanso. La noche del miércoles estaban todos los muebles colocados, la cocina limpia y ordenada, cada caja más o menos en su habitación de destino, la ropa ordenada y mi habitación preparada incluso con velitas. Me fui a la cama muy reconfortada y dormí de maravilla, a pesar del cansancio.
Al día siguiente me fui de médicos. Hasta en eso, esta semana ha sido mejor que otras. No he tenido bajón emocional a causa de la quimio, ni ese agotamiento que me mete en la cama por dos días. ¡Incluso volví a participar en el concurso semanal de relato breve de Netwriters!
El lunes por la noche mi duende me recordó que anda por aquí. En un disco de algodón puse unas gotas de aceite de rosa mosqueta, con la intención de mezclarlo con tónico y limpiarme bien la cara. En lo que trasteaba entre los botes de cosmética, miré el algodón y el aceite había dibujado en él un corazón anaranjado y perfecto. No pude evitar sonreírme.
Hoy se cumple una semana desde que estoy durmiendo en esta casa. Los cuadros y las cortinas están colocados, tan solo faltan pequeños detalles decorativos. Y todo está bastante limpio. Por contar algo malo, tanto polvo ha habido que me cuesta respirar. Asma alérgico, un achaque más a agregar a la lista. He recuperado los humidificadores de cuando los niños eran bebés y parece que ayudan.
De los niños os pensaba escribir a continuación, de cómo han aprendido a ponerle buena cara a los malos tiempos, de lo centrados que están en los estudios, de cuántas cosas me cuentan del colegio, de cómo me cuidan a su manera, pero Javier ha entrado en mi habitación con aire preocupado:
–Mamá, es que te quiero decir algo, pero no sé cómo hacerlo para que no te afecte.
–Pues contándomelo con tranquilidad, mi amor. Te escucho.
–Es que… prefiero que no vengas al cole sin la peluca– a duras penas contengo las lágrimas– A mí me gustas igual con pelo corto, largo o sin él… pero esta tarde he oído a unos niños que se han puesto a cuchichear y eso no me gusta.
Por un momento he estado tentada de recordarle cierto pasaje de Mamá se va a la guerra, pero ya no le puedo pedir más y menos después de tanta sinceridad y valor para decirme algo así.
–No te preocupes, hijo. En realidad yo también creo que me favorece más la peluca. Mi pelo aún está muy cortito.
Me sonríe, me llena de besos y con su “¡Gracias!”, rompe todas mis murallas.
He estado un ratito llorando a solas, hasta que he dejado de sentir lástima para pasar a admirar a Javi, con toda su sensibilidad e inteligencia emocional. He estado a punto de dejar este email para otro día, pero, si comparto tanto con vosotros, ¿por qué no también estos momentos, aunque sean más dolorosos? Con todo se aprende, con todo se crece.
Apago la luz y miro por la ventana. Marte me está esperando vestido de rojo, allá arriba, como cada noche esta semana, para desearme felices sueños… un día más… gracias.