…. Salgo al vestíbulo e intento abrir el portón con la llave, pero no soy capaz de girarla. Al otro lado de la puerta oigo a la monja que llega y me pregunta si tengo algún problema con la llave.
— Sí, la estoy girando, pero no consigo abrir.
—Prueba a girarla hacia el otro lado.
— Nada… — le digo, mientras intento mover la llave con ambas manos.
—Espera, que entonces te abro yo desde dentro.
Me quedo estupefacta. Si me podía abrir ella desde dentro, ¿para qué me dio la llave?
— Quédatela, porque así luego cierras cuando te vayas. Mira, aquí ves el claustro. Y por esas escaleras a la derecha subes al museo. Esta otra puerta la voy a cerrar, es la que da acceso a la zona de clausura.
Me acompaña hasta el claustro, que es amplio, luminoso, con una segunda planta construida sobre el corredor. Está muy bien cuidado, el césped del centro recién segado, en una esquina un árbol que parece un frutal y en otra dos cipreses. De las ventanas del pasillo superior cuelgan jardineras con geranios. Está ya en sombra a excepción de una de las esquinas, cuyos muros reflejan la luz de un sol oblicuo. Perfectamente alineado con los puntos cardinales en cada esquina.
— Esta era la casa de los Guzmán. Aquí vivió Domingo. Te dejo sola.
— Gracias.
Antes de irse, vuelve hacia mí y me pregunta:
— ¿Cómo te llamas?
— Irene
— Irene, ¿puedo rezar por ti?
—Claro — le respondo con lágrimas en los ojos.
Me sonríe y se va. La actitud de aquella mujer termina por franquear todas mis barreras. En la esquina soleada me apoyo sobre esos muros con siglos de historia y rompo a llorar desconsoladamente, vomitando mi pena. Intento ponerle una palabra que dé apellido a esta tristeza. Abandono, soledad existencial, la soledad del enfermo, que diría mi amigo Santi, la conciencia de que las personas van y vienen, caminan a ratos a tu lado, pero de que tu camino es solo tuyo. ¿Y por qué vivir esto con tristeza?
Recuerdo las palabras de María, mi maestra de reiki: La mayoría de los conventos y monasterios medievales están construidos sobre vórtices energéticos. Si tus pasos te llevan a uno de ellos es porque necesitas recargarte.
Camino hacia la otra esquina en la que están los cipreses, que de repente se me antojan como dos enormes antenas. Me pongo entre ambos, en posición de canalizar energía y respiro. Siento cómo a cada respiración, el aire que antes se me quedaba atrapado en el pecho va bajando un poco más hasta conseguir una respiración abdominal tranquila. La energía empieza a fluir, empezando por mis manos. Cuando llega a mi pecho izquierdo comienzo a sentir pinchazos, como pequeños calambres. Esto ya lo he experimentado antes con María. Sí, me estoy haciendo reiki.
Después de un rato vuelvo al sol. Esta vez más calmada, disfruto del calorcito en la cara.
Cuando salgo del claustro veo un enorme cartel con frases de Santo Domingo, sobre la humildad, la caridad y otras virtudes. Las leo para ver si alguna me dice algo especial. Me quedo con la última: «Os seré más útil después de mi muerte». Parece macabro, pero para mí conecta con el sentido de trascendencia.
Voy a ver el museo. Es una gran sala diáfana de unos cien metros de largo. El forjado y las vigas de madera que lo sustentan están a la vista. Está en penumbra. La única luz que hay entra oblicua por una ventana ojival partida por un mainel, al fondo de la sala. Podría encender las luces, pero no quiero romper la magia de esos dos rayos de luz paralelos, que reflejados en diagonal por el suelo van a enfocar una caldera de cobre. No me resisto a sacar una foto.
En el museo, antiguos tapices, bargueños y santorales del siglo XII. Me trasporto a aquella época con facilidad y luego pienso que esta comunidad de monjas, sigue viva después de casi mil años. ¡Cuánta gente ha pasado por aquí, ha vivido y se ha muerto! ¿Y qué? El contacto con la historia antigua me hace relativizar el tiempo, la vida y la muerte.
Deambulo un rato más entre manuscritos y documentos que atestiguan las donaciones que los reyes y los nobles hicieron otrora al convento. Lástima que estén protegidos por un cristal, porque me hubiera gustado reconfortarme con el olor de la lignina oxidada. Carmen, mi querida Carmen, gracias a aquel artículo que trajiste a tu muro sobre el olor de los libros antiguos, puedo poner nombre a ese aroma tan particular.
No me entretengo más, ni siquiera vuelvo a entrar en el claustro. Tengo la sensación de que lo que tenía que hacer ahí ya está hecho.
Vuelvo al vestíbulo, llamo al timbre y enseguida me abre la misma monja.
— Muchas gracias. Le devuelvo la llave.
— Irene, soy Sor Teresa, la maestra de novicias. Si quieres contarme lo que te pasa, te escucho con el corazón abierto. Desprendes muchísima tristeza.
— ¿Tanto se me nota?
— Sí, mucho.
Le cuento un poco mi vida, mis circunstancias y ella me cuenta la suya, cómo llegó a hacerse monja a los veintiséis años, después de un intento de matrimonio fracasado. Me habla del amor de Dios, que se manifiesta en las dificultades.
— ¿Y me dices que tu cáncer está más o menos estable desde hace dos años?
— Sí, a veces avanza y a veces retrocede, pero de momento no sale de ahí.
— Es un mensaje de Dios.
No es la primera vez que me lo dicen.
— Eso creo yo, pero llevo dos años tratando de descifrarlo y no termino de conseguirlo.
Voy a empezar otra vez a llorar, así que la mujer saca otra llave gigante con una cadenita de la que cuelga una llave pequeña y moderna.
— Anda, vete a la iglesia que es la puerta de al lado. Entras con esta llave grande. En un lateral está la sacristía y al fondo, las escaleras que bajan a la cripta. Con esta llave pequeña accedes a ella. Hay un cuadro de luces, préndelas todas. Uno de los interruptores enciende el pozo. Verás un pequeño armarito. Dentro hay vasos. Bebe de esa agua y ten fe.
Salgo del convento y me parece que estoy viviendo una historia de ficción. Esta vez abro la puerta de la iglesia sin dificultad, a pesar de lo grande que es. Me impresiona entrar allí sola. ¡Qué confiada, la monja! Se cierra la puerta y cuando se para el eco, un silencio absorbente envuelve el aire. A media luz consigo ver el altar, un retablo y unos cuantos bancos. Es más sencilla y moderna de lo que me esperaba a juzgar por el aspecto exterior del edificio.
Bien, paso uno conseguido, ahora a buscar el pozo. La única puerta que hay me lleva a la sacristía y allí están, como me había dicho Sor Teresa, las escaleras de bajada. Justo antes de las escaleras, en la pared de la izquierda hay dos cofres de materiales preciosos y una especie de ventanita de cristal. Leo los carteles que hay encima: Don Félix de Guzmán y Don Antonio de Guzmán. ¡Dios mío, si son huesos humanos! ¡Jodeeer!
Cuando me repongo de la impresión, decido que voy a bajar al pozo de todos modos. La escalera gira a la izquierda y el paso está bloqueado por una reja de hierro con un candado. Bien, la llave pequeña… el candado se abre y la reja también. Continúo bajando por la escalera cada vez más oscura. Un golpe metálico me hace dar un respingo. ¡Coño, es la reja que ha chocado contra la pared! Intento relajarme. Me viene a la cabeza la bajada a otra cueva… pero esa es otra historia.
Al final de la escalera se abre una sala, apenas iluminada por un foco led de éstos de emergencia. Cuando voy a entrar… ¡hay alguien a mi izquierda! ¡Hostias, hostias, hostias, la puta monja! Busco a tientas algún interruptor. Se enciende una luz general y puedo ver que lo que hay a mi izquierda, detrás de una reja con estrellas, es una sepultura de mármol, con una escultura del muerto yaciente y custodiada por cuatro estatuas de cuatro monjes con capucha. ¡La madre que me parió! ¿Quién me manda a mí meterme en estas historias?
Busco el cuadro de luces para encender todo, no quiero más sorpresas. La cripta se va iluminando por partes a medida que subo los automáticos. Veo el pozo, que curiosamente es hiper-moderno, pero no sale agua. Pruebo con un automático que está separado a la derecha. Una de dos, o es el del pozo o es el general y me vuelvo a quedar a oscuras.
El sonido del agua me hace soltar un suspiro de alivio. Después de echar un vistazo general a la cripta, me siento en uno de los bancos corridos a recuperarme un poco. No estoy ahora en condiciones de pensar ningún deseo coherente. Sigo como en una película y me empieza a surgir en la cabeza algún relato de intriga. Me dejo llevar. Con el móvil le saco una foto a la llave de la iglesia. Si salgo de esta, verla me ayudará a recordar las sensaciones y a poner en papel el relato.
Después de ese momento creativo, vuelvo a la realidad. Estoy en una cripta, delante de un pozo milagroso y voy a beber y a pedir algún deseo. Me concentro. Obviamente pido salud y bebo un vasito de agua, pero siempre que pido este deseo, me surgen muchas dudas. ¿Pedir salud significa que el cáncer desaparezca? ¿Debería pedir eso más concretamente? En fin, confío en que Dios, Santo Domingo o quien quiera que se vaya a encargar de cumplir mi deseo, sepa interpretarlo correctamente. Entonces recuerdo cómo estaba en el claustro, hacía apenas una hora. Y cojo un segundo vaso. Esta vez pido: quiero vivir mi soledad existencial con alegría.
… continuará
Jolin, he leído el relato a trompicones saltando de párrafo en párrafo .... qué intriga!
ResponderEliminarLa soledad existencial, la soledad del enfermo .... muy bien escrito, todos los que pasamos por ahí cada poco lo entendemos. Dicho en lenguaje coloquial 'por mucho que le digan a una, el marrón es para una sóla y ya está'.
Jamía, tengamos esperanza que vendrán tiempos mejores y nos reiremos de todo. Digo yo!
Un beso y espero el próximo capítulo.
Me alegro de que te guste, Paloma y de que encuentres reflejo en él.
EliminarUn beso,
Irene
Q bueno!!! He reido y he llorado contigo...hasta me he cagado de miedo!!!! jajajajajajaja...
ResponderEliminarMmmuuuuaaaaccccc!!!
¡Cómo me gusta, Mali! Saber que un texto mío produce todas esas emociones en quien lo lee, me anima a seguir escribiendo.
EliminarMuchos besos
Irene
Vaya relato tan bueno, Irene!!! Me encanta!!!
ResponderEliminar:-)
EliminarMe ha encantado tu relato, es como si hubiera estado alli sintiendo cada momento. Espero leer pronto el siguiente capitulo.
ResponderEliminarIngrid, ¡qué alegría verte por aquí! Me gusta saber que has hecho este viaje conmigo.
Eliminar¡Gracias!
Hola Irene,
ResponderEliminarSólo quería que supieras que tal y como te comenté antes de irte de nuestro establecimiento, me encanta leer y sobre todo historias reales y de superación como la tuya. Personalmente me sirven de inspiración y me ayudan a relativizar y poner perspectiva en los problemillas diarios.
Me encanta tu descripción del claustro y tu encuentro con Sor Margarita (creo que es su nombre). Aunque te parezca increíble yo también voy a veces a serenarme allí y antes charlaba con otra monjita que ya no está. Y si hablaras con alguien del pueblo te asegurarían lo milagrosa que es el agua del pocito! Me alegro que hayas bebido!
Tanto a René como a mí nos ha encantado conocerte y siempre que quieras un lugar para respirar paz y desconectar estaremos encantados de recibirte. Entre tanto me encantaría seguir tus relatos y experiencias y poder comunicarme contigo de cuando en cuando.
Un afectuoso saludo desde Caleruega.
Helena y René
Hola Helena:
EliminarBienvenida a tu casa y muchas gracias por la acogida en la vuestra. Habéis hecho que me sintiera muy bien en este fin de semana de búsqueda.
Un fuerte abrazo para los dos,
Irene
Una maravilla.
ResponderEliminarGracias compi!
EliminarNadie como Tú Irene para entusiasmarnos con tus relatos...........es fascinante como me enganchas.
ResponderEliminarUn besazo
Que me quieres mucho, Julio. Yo a ti también.
EliminarUn beso enorme
Irene
Enhorabuena, da la sensación de que has seguido lo que te marcaba el espíritu, así que perfecto. Cuéntanos lo que vas notando a partir de ahora. Muchos besos.
ResponderEliminarDejarse llevar...
EliminarMuchos besos Mª Jesús
pero qué grande eres.... Amiga.... Estoy súper enganchado. Flp.
ResponderEliminarGracias, corazón andante.
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