Empezando esta aventura

EMPEZANDO ESTA AVENTURA

Por fin aquí está la sorpresita que os venía anunciando estos días.

Espero que este espacio llegue a ser un lugar de encuentro interactivo; ese libro de visitas; el diario de bitácora en el que también vosotros reflejéis libremente vuestras impresiones y emociones, y así nos enriquezcamos todos.

¡Ojalá que os guste! Irene

martes, 5 de noviembre de 2013

SIN RUMBO FIJO. CAPÍTULO IV

… Regreso al hotel cuando ya ha anochecido. Efectivamente hace bastante frío. Llevo mis cosas a la habitación y vuelvo a bajar con la intención de disfrutar de un buen Ribera en el saloncito, mientras leo los Ensayos de Montaigne.

También es buena hora para hacer alguna llamada de teléfono. Me he venido sola, pero eso no significa que el resto del mundo haya desaparecido.

En la recepción, esta vez me espera un hombre joven, con gafitas de intelectual que habla con acento francés. Me da la bienvenida al hotel, me acompaña al salón y comenzamos una agradable conversación.

— ¿Cómo es que un francés ha venido a instalarse en un pueblo de Burgos?
– ¿Se me nota mucho el acento? Ya llevamos muchos años viviendo en España.

René me cuenta que se ha dedicado desde siempre a la hostelería, primero en París, luego en Madrid y finalmente en Caleruega, donde junto con su mujer Helena (la mujer que me atendió en la recepción), iniciaron este proyecto hotelero.

Con curiosidad me pregunta a qué me dedico yo. Me resulta difícil de explicar a qué me dedico en esta etapa de mi vida. 

– Soy escritora – me encanta la cara de las personas cuando les dices que eres escritora. Supongo que es una de esas profesiones que habitan en el imaginario colectivo, junto a las de pintor o músico, rodeadas de un halo de bohemia y romanticismo.
– ¿Eres escritora? ¿Y tienes novelas publicadas? ¿Cómo te llamas?
– Sí, bueno, estoy empezando. He publicado un cuento y ya está en camino el segundo.
– Aquí estuvo una vez un escritor y ambientó un capítulo de su novela en este hotel.
– ¿En serio?
– Sí, mira, te la voy a dejar por si la quieres leer. Es una historia de espías y lo único, es que a mí me cambió por un señor inglés con blazer, pero describe muy bien el edificio, incluso el escudo que tenemos a la entrada.

Continuamos en animada charla. Me pregunta de qué va mi cuento, le hablo de mi cáncer y del cambio de vida que ha supuesto y la conversación se vuelve más profunda, más empática. Siento que habitualmente cuidan a sus clientes con un trato cercano, pero también percibo cuándo las conversaciones y las relaciones cambian de nivel. Cuántas veces hablamos con una máscara puesta, con lo gratificante que es hacerlo a corazón descubierto.

Llega Helena con la carta:

– ¿Te dejo el menú y vas pensando lo que quieres cenar?
– Gracias. A ver qué tenéis. Acabo de empezar una dieta un tanto especial.

Me mira con extrañeza, porque mi aspecto físico no induce a pensar que necesite dieta, ni de adelgazamiento, ni de nada de nada.

– ¿Qué es lo que puedes tomar? Te podemos preparar lo que quieras.

Reviso la carta y veo que, con ligeras adaptaciones, puedo optar por un revuelto de setas y una ensalada con salmón.

– ¿Dónde prefieres cenar? ¿En el restaurante o aquí en el salón?

El restaurante está precioso, pero la idea de cenar en el salón me seduce.

Me siento plenamente en casa.

Después de una cena estupenda y muy bien presentada, me quedé un rato leyendo. Cuando me subí a la habitación, esta encantadora pareja me dio las buenas noches y, dato importante, la clave de la wifi.
– Mañana el desayuno es en el restaurante de ocho a once, pero si necesitas que te despertemos antes y preparemos algo, no tienes más que decírnoslo. 

Por mi gesto de sorpresa, Helena se ve en la obligación de darme una explicación:

– Es que aquí con frecuencia se alojan cazadores y ellos salen muy de madrugada.
– Ah – exclamo – Yo no soy nada madrugadora, más bien llegaré a las once y de milagro. Lo que no sé es si me iré mañana. Estoy muy a gusto aquí y tal vez me quede una noche más. ¿Habría algún problema?
– Ninguno. Si tienes frío esta noche, avísanos, ¿vale?
– No te preocupes, estaré bien – la sonrío y le doy las buenas noches.

Sentía que el chaparrón emocional ya había pasado, que volvía a estar en un nivel aceptable de bienestar y con ganas de reanudar paulatinamente mis hábitos. En el dormitorio me conecto con el PC  a Internet, brujuleo un poco por Facebook y por Netwriters, chateo un ratillo con mi querida Fefa, empiezo a escribir este diario de viaje y me duermo viendo un capítulo de Breaking Bad. Menudo personaje este Walter White.

Duermo de maravilla y el día me saluda con una mañana soleada y – ¡oh, sorpresa!  – escarcha en los campos.

Aún no me he aburrido lo suficiente de estar conmigo misma, así que decido quedarme un día más. Haré turismo.

Siguiendo las recomendaciones de Helena, me dirijo a un pueblo que ya está en la provincia de Soria que se llama Castillejo de Robledo y desde el que salen varias rutas de senderismo. Antes voy parando en cada pueblo que me encuentro.

Me sumerjo en un viaje medieval cuando llego al castillo de Pañaranda de Duero, con su torre del homenaje, las almenas, las saeteras y el matacán. Situado en lo alto de un peñasco, como solían ser los castillos de toda la vida, domina la visión de la llanura castellana.

¿Qué más necesito para que mi imaginación desbordante comience a inventar historias de caballeros, guerras con los moros y doncellas recluidas? Aunque en estos viajes al pasado, siempre prefiero imaginarme a la gente normal y corriente. ¿Se refugiarían los campesinos en el recinto del castillo durante los ataques de los infieles? ¿Cómo sería su vida cotidiana? ¿En qué pensaría el joven soldado situado tras la aspillera mientras veía acercarse al enemigo?

Claramente me voy encontrando mejor. Viajar es una de mis pasiones y siento que este viaje ya no es sólo interior.

Hoy es doce de octubre. El cumpleaños de mi amiga Virginia. La llamo y charlo un ratito con ella. Después llamo a Curro, otro amigo, que está pasando el fin de semana en su pueblo, Tudela de Duero. El conoce bien esta zona de Burgos y me da una serie de recomendaciones, como las de visitar la ciudad romana de Clunia o acercarme a Covarrubias a hacer sonar una campana que, según la tradición, te asegura un buen novio y por supuesto, asistir a misa cantada en Silos.

Tal vez por la tarde o el domingo por la mañana haga algo de eso. Continúo mi camino hacia Castillejo y esta vez paro en Santa Cruz de la Salceda. Hay varias cosas que llaman mi atención, como el museo de los aromas, la iglesia, pero especialmente un letrero que indica que hay un lavadero tradicional. Sin pensarlo dos veces me pongo a buscarlo. Tengo que preguntar porque está un poco retirado. Cuando lo encuentro, por supuesto estoy absolutamente sola.

Nuevamente, en esa caseta techada de piedra por cuyo suelo discurre un canal, me vienen mil historias a la cabeza de mujeres cotidianas, del pueblo, que acudían a lavar allí la ropa, entre chismorreos y rumores sobre los avances de los rojos. No sé por qué, aunque el lavadero es bastante antiguo, imagino escenas de la guerra civil.

Hace un día despejado, de cielo limpio y azulísimo. Ya es casi mediodía. Me tomo unas nueces y enfilo con el coche hacia Castillejo. Ya comeré por allí.

Está todo relativamente cerca. Paso por algunas bodegas, pero, como es festivo, están cerradas. La carretera, que estaba bastante bien asfaltada pasa a un estado lamentable en cuanto atravieso la linde entre Burgos y Soria. Nunca llegaré a entender nuestro complejo sistema de administraciones locales, regionales, comarcales y siempre burocráticas.

En una media hora llego a Castillejo y no sé qué hacer. Hacia la izquierda hay un puente y un camino muy empinado que sube hacia unos edificios que parecen bodegas tradicionales. Hacia la derecha parece que está el pueblo en sí. Ninguna indicación de las rutas de senderismo.

Voy hacia la derecha con la esperanza de encontrarme con alguien. Por muy perdido que esté esto, digo yo que habrá un bar. Efectivamente a unos doscientos metros hay una plazuela con un bar, un restaurante y ¡gente en la calle!

Entro en el restaurante, que tiene anunciado un menú con cocido. Me siento tentada de renunciar a mi paseo por la naturaleza y saltarme la dieta metiéndome en el cuerpo un poco de colesterol. No, voy a ser buena. Encargo al camarero un bocadillo de tortilla francesa para llevármelo y le digo que me avise en el bar de al lado cuando esté listo, que me voy a tomar algo mientras tanto.

¿Y qué me tomo? Me apetecería un botellín de Mahou, pero los tengo restringidos. En fin, el buen vino puedo tomarlo, así que me pido un Protos y me salgo a la placita. 


En uno de los poyos hay una pareja con su hijo tomando un vermú. Él es un hombre bastante gordete, de unos cincuenta años, con barba poblada, camisa, chaleco de lana y una boina tipo chapela. Ella algo más joven, guapa y bien vestida. El chico que rondará los veinte me recuerda a mi sobrino Víctor.

– Hola, perdonad que os interrumpa, me han dicho que desde aquí hay unas rutas de senderismo muy bonitas. ¿Las conocéis?
— No nos interrumpes en absoluto. Estamos aquí relajados tomando el aperitivo – me dice el hombre, con una sonrisa en sus enormes ojos azules y ofreciéndome unas patatas fritas de una bolsa – Sí, hay un camino que sube desde el río, pasa por las bodegas y lleva hasta una ermita.
— Ah, sí. He visto antes las bodegas. ¿Y no hay alguna otra ruta que vaya por el río, entre árboles?
— Sí, también hay otro camino que sale por allí por la derecha, que va paralelo al río. Hay una zona muy bonita en donde el río se encañona, luego subes al páramo, que es un espectáculo, y ya después el camino gira a la izquierda y regresa al pueblo por el otro lado.
— Esa me parece más interesante. ¿Sabéis si es muy larga?
— Serán unos siete u ocho kilómetros.
— Uy, no sé si estoy en forma como para hacerla completa.
— Bueno, puedes hacerla hasta la mitad, que llegas hasta unas fuentes, y luego volverte. Pero yo, de verdad te aconsejo que subas hasta el páramo. ¿Tú sabes lo que es estar en medio del campo solo?
— Ya, no sé cómo será este páramo, pero conozco bastante bien los de Ecuador y sí, son paisajes sobrecogedores, por la amplitud y soledad.
— Yo no sé cómo serán los de Ecuador, pero cuando estás ahí arriba y tienes doscientos kilómetros a la redonda sin ver nada y a tu derecha, al fondo la Sierra de Ayllón y al otro lado, igual de lejos la Sierra de la Demanda, te quedas maravillado.
— Mi marido es que es un enamorado del páramo.
— Ya somos dos. ¿Has subido por la noche? El cielo con estrellas debe de ser espectacular.
— De lo más bonito que he visto en mi vida.
— ¿Sois de aquí?
— No, vivimos en Madrid, pero ya hace años caímos por aquí, nos encantó el pueblo y nos compramos una casa. Mira, es esa de allí arriba, la de los geranios.
— Si, el pueblo está muy bien— interviene el hijo. El único defecto es que no hay wifi ni 3G.
— Ni falta que nos hace, que ya pusieron hace un par de años la cobertura de móvil y esto ya no es igual— replica el padre con mezcla de cabreo y resignación.
— Yo también soy de Madrid. Me llamo Irene, encantada de conoceros.
— Yo soy Rosa — me da dos besos.
— Yo Aurelio – más besos.
— Y yo Aurelio junior.
— Aurelio Jr. Como Walter Jr. El de Breaking Bad — lo reconozco, estoy enganchadísima a esa serie.
— ¡Exactamente! — me contesta riendo.
— Y tú, ¿no te aburres en un pueblo tan pequeño?
— ¡Qué va! A mí me gusta mucho cocinar y me entretengo aquí. Hoy voy a hacer un rape con salsa de carabineros.
Mi estómago empieza a segregar jugos gástricos. Tomo un sorbito de vino para engañarle. Continuamos hablando de gastronomía, de los estudios, de las becas Erasmus (“Orgasmus” en palabras de Rosa), de viajes…
— ¿Por qué no te quedas a comer con nosotros? — me ofrece la mujer.
Me quedo sorprendida por su hospitalidad. Cuando viajas solo, surgen muchas más oportunidades de conocer a nuevas personas, de conversar con ellas y de recibir regalos de este tipo.
— Os lo agradezco un montón, pero ya me he encargado un bocadillo con la idea de tomármelo en medio del campo, seguramente junto a una de esas fuentes que me habéis dicho.
— ¿Aquí donde Javi? Es un chico estupendo. Como quieras, pero si necesitas algo, ya sabes cuál es nuestra casa.
— Muchas gracias. Entonces…. El camino ¿empieza por ahí?
— Sí, sigues esta calle y llegas a la iglesia y al castillo. Por cierto, ¿sabías que este es el pueblo de la afrenta de Corpes, donde mancillaron a las hijas del Cid? — me informa Rosa.
— No, no tenía ni idea.
— Pues ahora cuando pases fíjate, que hay una placa donde lo pone y está el fragmento del Cantar del Mío Cid.

Llega Javi con mi mega bocadillo. Veo que son las tres de la tarde y decido que no puedo retrasar más la caminata.
— Bueno familia, pues voy a pagar el vino y me voy a hacer la ruta.
— Que se te dé bien. Si luego quieres pasarte a tomar un café, vamos a estar en casa.

Me despido de ellos con más besos y con la sensación de tener una familia de adopción en Soria.

Antes de salir del pueblo, efectivamente veo la iglesia románica, el castillo y el fragmento del poema. ¡Vaya con los Infantes de Carrión!


Me siento animada. Este viaje está resultando un éxito de encuentros y eso que no sé que aún falta alguno más.

... continuará

5 comentarios:

  1. Te sales ... Moza.... Un comandante

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, comandante. Haga el favor de identificarse: posición, tropas a su cargo, condecoraciones :-)

    ResponderEliminar
  3. Espero q no quede en solamente una temporada......

    ResponderEliminar
  4. Q maravilla! Me ha encantado la familia y su hospitalidad. Q gusto da asi!
    Y q envidia me ha dado el bocata de tortilla!! jajajaja...
    En el capitulo anterior te escribi tbn un comentario, pero no se llego a enviar por mas q lo intente...ordenadores...
    Es un relato muy relajante y me esta encantando (vamos, q estoy apuntando los lugares para imitarte algun dia...).Riete tu de Labordeta!
    Besitos

    ResponderEliminar