Cuando los niños duerman
Cuando los niños duerman, dejaré arropar mi desnudez por la penumbra de la habitación. Con los ojos cerrados evocaré otro momento con las luces apagadas. Me acabo de despertar de la siesta. Entras sigilosamente porque me crees aún dormida. Al apreciar mis leves movimientos rodeas la cama para acercarte. Sin apenas intercambiar una palabra me miras fijamente a los ojos, con esa sonrisa indescifrable de tu mirada, porque lo dice todo y esconde aún más. En un gesto inesperado te bajas los pantalones. Ahora es todo tu cuerpo el que me sonríe. Ver tu impresionante erección despierta en mí un deseo instantáneo. Te acercas sonriendo, sin apartar la vista de mis ojos y comienzas a penetrarme profundamente. Nos besamos largamente primero y con besos entrecortados por jadeos poco después. Tú encima de mí, tu cuerpo se adapta perfectamente al mío, ojo con ojo, boca con boca, vientre con vientre. Tú dentro de mí y tu cuerpo sigue amoldándose, llenando cada recoveco, tocando ese punto escondido que me lleva al delirio. Porque deliro. Comienzo a susurrarte guarrerías en francés y por primera vez rompes tu silencio con un “Esto por lo menos es de pago”. Las carcajadas de los dos cambian nuevamente el clímax. Seducir, follar, hacer el amor, todo se mezcla, porque no hay prisas, porque esa tarde se pararon los relojes y el espacio y el tiempo se curvaron para volverse en uno.
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